Mi pelo crece. Suave, muy suave. Y lo mismo que disfruté fascinada de la sensación de quedarme con el pelo en las manos al pricipio de la quimio, y disfruté de la sensación de acariciar mi cabeza recién afeitada, ahora disfruto acariciando mi pelo nuevo, inesperadamente suave, dócil y agradable.
A pesar de que mis emociones siguen enmarañadas en pleno proceso de lucha, la presencia de pelo en mi cabeza ofrece una dosis de tranquilidad a las personas de mi entorno, que a falta de más información traducen mi pelo como el final del proceso. Y sí, incluso para mí, tener pelo es un indicativo de que las cosas tienden a la normalidad, aunque mi percepción es menos ligera que la de los demás.
Dice mi amiga Josela que tocarme la cabeza es como acariciar a un gato, que relaja. La vida está llena de oportunidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dimes y diretes